lunes, 19 de septiembre de 2016

La Posta.





El pibe está muriendo. El no lo sabe, pero está muriendo. Algunos preferirán llamarlo el delincuente, o el ladrón. Pero tiene 25 años y agoniza. Está aplastado contra un poste por un auto. Nunca tendrá nietos, ni siquiera hijos. No llegará a ser un hombre maduro. En esas condiciones, el hecho de que sea un chorro es un tema menor. Es un pibe que vivió la mitad que yo, y no pasará de ahí.
Su asesino está mirando.
Algunos preferirán llamarlo el carnicero, o el justiciero. Lo cierto es que ese muchacho podrá cambiar la manera en que se gana la vida (de la misma manera que podría haberlo hecho el pibe que agoniza, pero ya no, porque está muriendo, aunque no lo sepa) y de ninguna manera es un justiciero.
Justiciero es el que respeta y hace respetar la justicia con severidad y rigor.
La justicia dice que el estado tiene el monopolio de la fuerza, y que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario en un juicio justo. La justicia dice que jamás el castigo puede ser más dañino que la ofensa. Este muchacho puede ser muchas cosas, pero justiciero jamás.
Por eso voy a llamarlo el asesino.
Porque podrá la justicia demostrar que nadie  persigue, caza y asesina en defensa propia  a un ladrón que huye, o beneficiarlo con la legítima defensa.  Lo que  nunca,  nunca jamás podrá borrar de su mente (condenado o absuelto) es que mató a otra persona. Morirá asesino. Aunque todavía no lo sepa.
También están los otros. Festejando la muerte y exigiéndola. "No es persona, ni se merece que lo atiendan" dice uno "Que lo lleven a la cárcel y lo maten" dice otro. Una mujer se acerca e increpa al moribundo. Otro grita: "Rata, te dejaron tirado".
El asesino se acerca y le grita: "Te voy a matar" y lo golpea. No sabe que ya lo hizo. El pibe se protege la cara como puede. Nadie hace nada por protegerlo.
Ninguno de los presentes sabe que al otro día un diario de mierda titulará "El ladrón abatido por el carnicero había matado con su auto a otro delincuente"
Ninguno de los presentes sospecha que cuatro meses antes habrían festejado viendo como el pibe (en ese caso en el rol de asesino) atropellaba a un chorro (otro  pibe) por haber asaltado a su hermano.
Curiosa (de ser cierta) cabriola de la vida.
Más le hubiera convenido al matador  leer a Borges: "Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre."
Solo el futuro sabrá si habrá el matador de pasarse la vida cuidándose de las consecuencias de su error, o, si, confiando en la continuidad del círculo mortal en el que está inmerso, saldrá una tarde en moto, a encontrarse con su destino como quién entrega una posta.
La posta que en un momento le pasará su víctima, aunque ninguno de los dos lo sabe.