A mí este gobierno de la ciudad me recuerda a alguien, y no me doy cuenta a quién.
Está convencido de ser fundacional, de haber llegado para torcer el curso de la historia, de poseer la verdad y de ser el único que puede asumir esa función, ante la defección del resto de los actores sociales..
No negocia, no dialoga, no cede, no se hace responsable de nada (todos los problemas tienen su origen en algo que hicieron, intentaron, no hicieron o se opusieron otros) , no escucha, no siente, no explica, no razona.
Siempre tiene la razón aunque no dé razones. Para que las daría, si siempre tiene la razón.
Se maneja con slogans. Por lo general opuestos a sus acciones reales.
Aborrece la política y a los políticos, y lo dice abiertamente, a la vez que invoca doctrinas eficientistas y economicistas (obviamente liberales)
Su mayor logro consiste no en los objetivos enunciados conseguidos, sino en la destrucción sistemática del estado anterior de las cosas (TeatroColón, Educación Pública, Salud Pública).
Su saña y ceguera los hace dilapidar los logros conseguidos en años, "las joyas de la abuela"
Su obsesión por el orden que emana desde lo alto, genera desordenes en las bases
Sus víctimas preferidas son : La cultura, la educación, los pobres (jamás la pobreza), los extranjeros (sólo si son sudacas), los sindicalistas.
Tienen con la pobreza un problema estético, consideran que la misma es una parte constitutiva de la realidad, con la que nada se puede (ni debe) hacer, pero que, como es fea, es atribución esencial del estado esconderla, perseguirla, estigmatizarla y criminalizarla.
Su obsesión es integrarse al mundo (occidental, por supuesto, lo demás no es mundo)
Y sus niños están educados para no dudar, prefieren ser ano de león que cabeza de ratón.
Los obsesiona el libre mercado (aunque son los reyes de la patria contratista)
La seguridad les quita el sueño, aunque la conciben como control, sus espías miran para adentro.
La soberanía es una palabra que se aplica solamente a la relación con sus vecinos.
Son inflexibles hacia adentro y genuflexos hacia afuera.
Y por sobre todas las cosas, no toleran ni la historia ni la alegría.Y aborrecen lo que no pueden convocar, las multitudes.
Les dolió la multitud que concurrió a la plaza condenando a la dictadura, y los mortificó la multitud que vivó a Plácido Domingo en el obelisco apoyando a los trabajadores.
Como si esto fuera poco a estos dilapidadores de las joyas de la abuela, los puso en evidencia la absoluta presencia en los dos actos,de la abuela, de tantas abuelas, con sus pañuelos blancos como recordatorio y como emblema.
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